Cada día, millones de personas eligen qué poner en su plato sin imaginar que esa decisión tiene repercusiones que viajan mucho más lejos que la mesa. La investigación de la Dra. Joselina Huerta Oros revela justamente eso: que nuestras dietas no solo alimentan nuestro cuerpo, sino que también dejan una huella ambiental que puede ser más ligera… o sorprendentemente pesada.

Su trabajo parte de una necesidad urgente: entender cómo distintos patrones alimentarios impactan al medio ambiente y, al mismo tiempo, evaluar su calidad nutricional. Para ello, analizó cuatro dietas presentes en la población mexicana —hiperproteica, omnívora, vegetariana y vegana— utilizando la metodología de Análisis de Ciclo de Vida (ACV) y criterios nutricionales reconocidos internacionalmente.

Los resultados cuentan una historia clara. La dieta hiperproteica es la que más afecta al entorno, predominando en 8 de 11 categorías ambientales como calentamiento global, ecotoxicidad o uso del suelo. Las dietas vegetariana y vegana presentan impactos intermedios en categorías específicas, mientras que la dieta omnívora muestra la menor incidencia ambiental general. Esta evidencia permite visualizar cómo pequeños cambios en nuestros hábitos pueden reducir significativamente la presión sobre los recursos naturales.

Pero la investigación no se queda en los números. Su impacto se extiende a la educación y a la formación de futuros profesionales de la nutrición, quienes han aplicado estos hallazgos en sus proyectos finales, fortaleciendo una toma de decisiones más ética y sostenible. También contribuye directamente a los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con salud, bienestar y producción responsable.

Desde la UDEM, este trabajo impulsa un mensaje poderoso: nuestros alimentos pueden ser aliados del planeta. Comprender la huella ambiental de lo que comemos es un primer paso para transitar hacia dietas más equilibradas, más conscientes y más sostenibles para todos.