En México, cada hora alguien pierde la vida por suicidio. Detrás de cada número hay una historia marcada por silencios, heridas invisibles y eventos traumáticos que rara vez se hablan en voz alta. Aunque el tema continúa siendo un tabú, los datos son ineludibles: las tasas de suicidio han aumentado en el país y, en Nuevo León, la problemática crece al mismo ritmo que la necesidad de atenderla con seriedad, ciencia y humanidad.

En ese escenario, la labor de la Dra. Angélica Quiroga Garza se ha convertido en una guía para comprender aquello que suele quedar oculto. Su investigación parte de una verdad incómoda pero urgente: los eventos traumáticos —como el abuso sexual infantil o la violencia en la infancia— están profundamente ligados con la ideación suicida, los intentos de suicidio y las conductas autolesivas en la vida adulta. Entender esta relación no es solo un ejercicio académico; es un paso necesario para salvar vidas.

Durante los últimos años, la investigadora ha construido un puente entre la ciencia psicológica y las necesidades reales de la comunidad. Desde el Laboratorio de Sistemas Humanos, su trabajo ha generado productos que van mucho más allá del papel: manuales para la prevención del abuso infantil que ya se aplican en escuelas y parroquias, una Guía Clínica para la Atención en Crisis de Mujeres Víctimas de Violencia de Género, múltiples investigaciones, capítulos de libro y artículos que ayudan a profesionales a detectar riesgos antes de que sea demasiado tarde. Cada material es una herramienta que llega directamente a quienes más lo necesitan.

Su impacto también se amplifica en la formación de nuevas generaciones de psicólogos. Estudiantes que realizan prácticas clínicas bajo su supervisión atienden a víctimas de violencia de género y abuso sexual, acompañándolas en procesos terapéuticos que buscan romper ciclos de dolor y silencio. Este trabajo no solo transforma a las personas atendidas; transforma también a quienes aprenden a mirar el sufrimiento desde una ética de cuidado, escucha respetuosa y no revictimización.

La investigación de la Dra. Quiroga no solo entiende el trauma: lo enfrenta. Identifica los mecanismos que perpetúan el silencio —la vergüenza, la culpa, la incredulidad, el miedo— y crea recursos para contrarrestarlos. Uno de los avances más prometedores es el desarrollo de un algoritmo para identificar maltrato y abuso infantil a través del análisis automatizado de dibujos de la figura humana, un sistema con registro de derechos de autor que próximamente será probado en escuelas. Esta herramienta tiene el potencial de detectar señales de riesgo antes de que las palabras aparezcan, permitiendo intervenir de manera temprana.

El impacto académico también es contundente. Entre 2020 y 2024 se han producido tesis, proyectos finales de investigación, artículos indexados y presentaciones en congresos nacionales e internacionales. Cada publicación contribuye a visibilizar un problema que necesita ser comprendido con rigor, sensibilidad y perspectiva científica.

Pero, más allá de los números y las certificaciones, está el impacto humano. Niños que ahora cuentan con adultos preparados para protegerlos. Adolescentes y familias que reciben acompañamiento psicológico especializado. Mujeres que encuentran atención clínica diseñada para responder a su crisis con respeto y contención. Equipos multidisciplinarios que aprenden a intervenir sin revictimizar. Comunidades enteras que empiezan a romper el silencio.

La labor de la Dra. Angélica Quiroga Garza demuestra que la investigación puede ser un acto de cuidado. Su trabajo se alinea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible al promover salud mental, reducir violencia, atender desigualdades y construir entornos seguros para poblaciones en riesgo. Pero, sobre todo, su investigación recuerda algo fundamental: que detrás de cada estadística hay una vida, y detrás de cada vida, una historia que merece ser escuchada con empatía.

Gracias a este trabajo, el silencio que alguna vez protegió al abuso empieza a fracturarse. Cada manual, cada guía, cada sesión clínica, cada algoritmo y cada clase impartida suman a un movimiento que busca —con ciencia y compasión— que menos personas sufran en silencio y más encuentren caminos hacia la recuperación y la esperanza.