Estela siempre pensó que su artesanía “no era suficiente”. Sus bordados otomíes, aprendidos de su madre y su abuela, rara vez encontraban un espacio digno para ser vendidos. Como muchas mujeres indígenas que migran a Nuevo León, enfrentaba discriminación, exclusión y la falta de lugares donde ofrecer su trabajo. Con el tiempo, esa sensación de invisibilidad comenzó a poner en riesgo la continuidad de sus saberes ancestrales. Sin embargo, su historia —y la de muchas otras mujeres— empezó a cambiar gracias a un proyecto de investigación realizado en la Universidad de Monterrey.

En México, aunque existen programas para promover la venta de artesanías, muchas mujeres indígenas no logran acceder a ellos. Los espacios disponibles son escasos, los eventos culturales no alcanzan a incluirlas y, ante la falta de oportunidades, su producción artesanal disminuye. Paralelamente, las empresas enfrentan el reto de fortalecer sus reportes de sostenibilidad, particularmente en el ámbito social, que suele quedar rezagado frente a lo ambiental y lo corporativo. Dos problemáticas distintas, pero profundamente conectadas.

Al observar esta realidad, la Dra. Karina Elizabeth Sánchez Moreno decidió actuar. Su proyecto buscó resignificar el valor del trabajo de las mujeres indígenas artesanas y abrir puertas dentro de empresas que pudieran ofrecerles espacios dignos para mostrar y vender su producción. La idea era sencilla y poderosa: generar encuentros que transformaran tanto la vida de las artesanas como la manera en que las empresas entienden su responsabilidad social.

Los resultados fueron contundentes. Durante los meses de noviembre y diciembre, las mujeres participantes incrementaron sus ingresos hasta un 70%. Recuperaron la confianza en su trabajo, produjeron más piezas y recibieron apoyo activo de sus familias. Las empresas, por su parte, documentaron estas actividades para fortalecer sus indicadores de sostenibilidad social y reportaron una mejor relación con clientes y proveedores, quienes incluso enviaron cartas de agradecimiento por participar en los eventos de artesanía y muestras gastronómicas. Lo que comenzó como un espacio para vender artesanía se convirtió en una experiencia transformadora para todas las partes involucradas.

El impacto del proyecto trascendió lo económico. Se generaron capítulos de libro, artículos y presencia en medios nacionales que visibilizaron la situación de los pueblos indígenas. Estudiantes de la UDEM trabajaron el tema de sostenibilidad social desde una perspectiva humana y empática. Se establecieron nuevas alianzas con organizaciones civiles y dependencias gubernamentales, y más empresas —incluida Viva Aerobús— manifestaron interés en sumarse. Además, el crecimiento personal de las mujeres participantes motivó la creación de grupos de apoyo enfocados en el bienestar emocional y la prevención de la violencia de género, fortaleciendo aún más su red comunitaria.

Hoy, Estela ya no duda del valor de su artesanía. Sabe que su trabajo tiene un lugar, una voz y un impacto. Lo que antes parecía un sueño inalcanzable se convirtió en una realidad construida en comunidad. Su historia demuestra que la sostenibilidad social no es un concepto abstracto, sino una práctica viva que surge cuando la academia, la iniciativa privada y las comunidades deciden trabajar juntas para dignificar a las personas.

En la UDEM creemos que acompañar la vida es abrir caminos de justicia, reconocimiento y desarrollo humano. Gracias a investigaciones como la liderada por la Dra. Sánchez Moreno, hoy se está tejiendo un futuro más justo, más humano y más sostenible para las mujeres indígenas artesanas.